Un profesional reconocido que goza de
gran éxito social, un soltero de oro muy solicitado por las modelos famosas.
Pero no sabe quién es. Durante años ha tenido dudas sobre su origen, y su crisis
de identidad
envenena toda su vida, angustia que aumenta, muy a su
pesar, a medida que transcurre el tiempo.
Principios de 1965. En el Hogar Cuna, una maternidad de
beneficencia, una joven soltera da a luz un niño. Apenas le ha dado los
calostros, sin siquiera poder verle la cara -el niño va completamente tapado
para, le aseguran, evitar contagios por una infección-, le comunican la noticia
de su fallecimiento.
Han pasado los años. María Dolores, la
madre del niño malogrado, relata su caso ante el juez: cuando tuvo su primer
hijo, tenía solo 17 años.
No pudo verle en ningún momento y el hospital se
encargó de todos los trámites para su entierro. Pero ella nunca olvida, y a
menudo sueña que el niño la llama. Un día aparece por la ferretería, el negocio
que tiene la familia, un joven que pregunta por ella. María Dolores está de
viaje, en la playa, un viaje organizado por sus hijos para amortiguar la pena de
una viudez aún reciente. Ella sabe que se trata de ese hijo perdido, pero no
tiene sus datos, el joven no los ha dejado. No sabe dónde buscarle.
Quiere dar con él, que actúe la justicia. Sin
embargo, carece de la documentación correspondiente, no tiene pruebas que
confirmen su intuición, y el juez le dice que sin ellas no hay nada que se pueda
hacer.
La única persona que supo del embarazo de
su nieta María Dolores, fue su abuela Camila, o la abuela Mila, como la conocían
en el pueblo. La abuela Mila vivía unos kilómetros a las afueras de un pueblo
cercano a Valladolid, en la cabañuela de la Ventolera, donde ella y su marido
tenían unas viñas.
Antes, la casa había sido sólo un chamizo, y allí
habían concebido a su hija, la madre de María Dolores, pocos meses después de la
boda. Le pusieron de nombre Morgana. Pero al estallar la guerra, Valladolid es
controlado por los militares rebeldes, y el abuelo se convierte en sospechoso
por el simple hecho de haber sido funcionario del ayuntamiento y por tener una
hija con un nombre fuera del santoral. El abuelo es fusilado y, al día
siguiente, la viuda y su pequeña son llevadas a la iglesia para bauti- zar a la
niña con el nombre de Urbana (el que le correspondía por su fecha de
nacimiento), y luego al cuartelillo de la Guardia Civil, donde el teniente
somete a Mila y a su hija a una despiadada humillación. A partir de entonces la
abuela vive allí, apartada de todos.
La narración vuelve a retomar la historia de María Dolores.
Ella, después de dar a luz, había sido limpiadora en un colegio, donde había
conocido “al hombre más bueno de la tierra”, tímido, dulce y guapo hasta decir
basta. Santia- go, ferretero, viudo y con una hija, pronto se convierte en su
marido. Él conoce la historia de María Dolores y su hijo, y trata de ayudarle a
encontrarlo, porque el sexto sentido de María Dolores le dice que está vivo.
Los padres adoptivos de Carlos, habían
dado a luz a un bebé que había muerto en la incubadora a los tres días de nacer.
La clínica hizo desaparecer al bebé y, a cambio de
una cifra muy considerable, les habían ofrecido otro, pelirrojo y con una
señal de nacimiento en una mano. La monja que se lo entrega asegura a los nuevos
padres que la madre biológica ha muerto en el parto. La mujer duda en seguir
adelante con la operación, ella prefiere adoptarlo a comprarlo. Pero la presión
del tiempo y las amenazas veladas de la monja, hacen que la pareja acepte al
niño. Un taxi les trasladará a Valencia, su lugar de residencia, en el más
absoluto de los sigilos.
Ambos han crecido juntos. Sus padres son
también amigos y vecinos, e incluso los padres de ambos trabajan en el mismo
banco. Pero, además, hay otra cosa que también comparten, desde siempre, los dos
amigos: inquietantes dudas sobre sus orígenes.
Estas sospechas se ven reavivadas el día que José
Luis aparece con la noticia de que su madre, ante una próxima operación
quirúrgica, le ha confesado que sus padres no les adoptaron, sino que les compraron.
A plazos.
A partir de este momento, sus vidas dan un giro. José Luis
está ansioso por conocer a sus padres biológicos y con- vierte sus esfuerzos por
dar con su paradero en el centro de su vida; incluso ante el descubrimiento de
que el suyo no es un caso aislado, organiza una página Web para padres e hijos
que se buscan. Carlos, por el contrario, se niega rotundamente a saber la
verdad.
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